6 de junio de 2010

Contra el embrutecimiento que es la vida

No recuerdo si en el Cuaderno de Poesía del 2001 incluí algunos de ellos, es probable que sí. De cualquier manera, en aquel entonces no los había leído todos sino que había encontrado algunos sueltos por allí. Me refiero a los célebres Membretes de Oliverio Girondo, ese monstruo, ese gigante, ese dios de la poesía. Fue, él también, uno de mis primeros padres nutricios y conocí sus membretes tempranamente. Por alguna gracia que ya no recuerdo llegué a su poesía cuando tenía apenas 16 o 17 años, momento álgido y exacto para encontrarme con ella y saber que ya nunca la abandonaría. Esta semana, a raíz de mis clases en el Taller de Escritura del Pasaje Dardo Rocha, volví a hacerle una visita al maestro, y rebuscando un poema para compartir con mis alumnos me encontré de nuevo con los membretes. La transición fue natural: se impuso seleccionar mis favoritos para ponerlos aquí sin dilación alguna. En cursiva, aquellos que o bien impactaron en lo más hondo de mí o bien los que creo que funcionan como auténticas (y sensatas) artes poéticas a seguir por cualquier poeta que se precie de tal. 



No hay crítico comparable al cajón de nuestro escritorio.

Entre otras... ¡la más irreductible disidencia ortográfica! Ellos: Padecen todavía la superstición de las Mayúsculas. Nosotros: Hace tiempo que escribimos: cultura, arte, ciencia, moral y, sobre todo y ante todo, poesía.

Aunque la estilográfica tenga reminiscencias de lagrimatorio, ni los cocodrilos tienen derecho a confundir las lágrimas con la tinta.

Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor.

¡El Arte es el peor enemigo del arte!... un fetiche ante el que ofician, arrodillados, quienes no son artistas.

No hay que confundir poesía con vaselina; vigor, con camiseta sucia.

¿Por qué no admitir que una gallina ponga un trasatlántico, si creemos en la existencia de Rimbaud, sabio, vidente y poeta a los 12 años?

Un libro debe construirse como un reloj, y venderse como un salchichón.

Con la poesía sucede lo mismo que con las mujeres: llega un momento en que la única actitud respetuosa consiste en levantarles la pollera.

Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario.

¡Si buena parte de nuestros poetas se convenciera de que la tartamudez es preferible al plagio!

Tanto en arte, como en ciencia, hay que buscarle las siete patas al gato.

¿Cómo dejar de admirar la prodigalidad y la perfección con que la mayoría de nuestros poetas logra el prestigio de realizar el vacío absoluto?

La vida es un largo embrutecimiento. La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas; poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario; los mosquitos pueden volar tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles, y cuando deseamos viajar nos dirigimos a una agencia de vapores en vez de metamorfosear una silla en un trasatlántico.

Aunque ellos mismos lo ignoren, ningún creador escribe para los otros, ni para sí mismo, ni mucho menos, para satisfacer un anhelo de creación, sino porque no puede dejar de escribir.

La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta.

Segura de saber donde se hospeda la poesía, existe siempre una multitud impaciente y apresurada que corre en su busca pero, al llegar donde le han dicho que se aloja y preguntar por ella, invariablemente se le contesta: Se ha mudado.

Aspiramos a ser lo que auténticamente somos, pero a medida que creemos lograrlo, nos invade el hartazgo de lo que realmente somos.

Ambicionamos no plagiarnos ni a nosotros mismos, a ser siempre distintos, a renovarnos en cada poema, pero a medida que se acumulan y forman nuestra escueta o frondosa producción, debemos reconocer que a lo largo de nuestra existencia hemos escrito un solo y único poema.

Membretes, 1924.

1 comentario:

Unknown dijo...

Amiguis: qué textos los de Girondo!. Se te clavan como una espina obstinada. Lo que tomo, porque me ha impactado, es esa necesidad de un decir propio no siempre posible, que rompa en parte los faroles de la infancia; esa "tartamudez" de lo posible en su juego con lo imposible; lo fragmentario jugando en el decir propio y en el otro sobre el cual opera."La poesía siempre es lo otro". Y la vida misma como un solo y único poema, paradójicamente extraordinario en su complejidad,en su multiplicidad. Me pareció precioso tu recorte. Gracias!. Siempre sos un estímulo para escapar de la "telaraña de las pupilas". Un abrazo!!!